Síntesis[i]
Carta Apostólica de Francisco: Misericordia et Misera
“Una mujer y Jesús se encuentran. Ella, adúltera y, según la Ley,
juzgada merecedora de la lapidación; Él ha devuelto la ley mosaica a su genuino
propósito originario. En el centro no aparece la ley y la justicia legal, sino
el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona. Una vez que hemos
sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad
por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más
allá y vivir de otra manera”. “El perdón es el signo más visible del amor
del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida”.
“Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la
misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón. Por este motivo, ninguno
de nosotros puede poner condiciones a la misericordia. No podemos correr el
riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios entra en la
vida de cada persona”. “La misericordia es esta acción concreta del amor que,
perdonando, transforma y cambia la vida. Experimentar la misericordia produce
alegría”.
“El futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide
tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza
y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación. Se necesitan
testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras
que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo
de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por
la alegría que brota de ella”.
“Nosotros, confesores, somos testigos de tantas conversiones que
suceden delante de nuestros ojos. Sentimos la responsabilidad que nuestros
gestos y palabras toquen lo más profundo del corazón del penitente, para que
descubra la cercanía y ternura del Padre que perdona”. “El Sacramento de la
Reconciliación necesita volver a encontrar su puesto central en la vida
cristiana. Para que a nadie que se haya arrepentido sinceramente se le impida acceder
al amor del Padre, que espera su retorno, y a todos se les ofrezca la
posibilidad de experimentar la fuerza liberadora del perdón”
“En virtud de esta exigencia, para que ningún obstáculo se
interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en
adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad
de absolver a quienes hayan procurado el pecado del aborto. Quiero enfatizar
con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una
vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar
que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y
destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse
con el Padre. Por tanto, que cada sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora
de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial”.
“Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al
sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una
palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto
sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del
abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo,
Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da
ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir
el amor, una oración que permite ser más fuerte…, son todas expresiones de la
cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos”. “A veces
también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos
momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre.
No es cierto que el silencio sea un acto de rendición, al contrario, es un
momento de fuerza y de amor. El silencio también pertenece al lenguaje de la
consolación, porque se transforma en una obra concreta de solidaridad y unión
con el sufrimiento del hermano”.
“El sendero de la vida, que lleva a que un hombre y una mujer se
encuentren, se amen y se prometan fidelidad por siempre delante de Dios, a
menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad”. “Este Año
jubilar nos ha de ayudar a reconocer la complejidad de la realidad familiar
actual. Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e irrepetible,
que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios. Esto exige, sobre
todo de parte del sacerdote, un discernimiento espiritual atento, profundo y
prudente para que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que
viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar activamente en
la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios que, sin descanso,
camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de justicia, de amor, de perdón
y de misericordia”.
“Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de
la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par. Este
Año jubilar nos ha situado en la vía
de la caridad, que estamos
llamados a recorrer cada día con fidelidad y alegría. El camino de la
misericordia es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que
tienden la mano esperando que alguien la aferre y poder así caminar juntos”.
“La misericordia renueva y redime,
porque es el encuentro de dos corazones: el de Dios, que sale al encuentro, y
el del hombre. Mientras este se va encendiendo, aquel lo va sanando: el corazón
de piedra es transformado en corazón de carne, capaz de amar a pesar de su
pecado. Es aquí donde se descubre que es realmente una «nueva creatura»: soy
amado, luego existo; he sido perdonado, entonces renazco a una vida nueva; he
sido «misericordiado», entonces me convierto en instrumento de misericordia”.
“Si la Iglesia está llamada a ser la «túnica de Cristo» para revestir a su Señor, del mismo
modo ha de empeñarse en ser solidaria con aquellos que han sido despojados,
para que recobren la dignidad que les ha sido arrebatada. No mirar para otro
lado ante las nuevas formas de pobreza y marginación que impiden a las personas
vivir dignamente”.
“No tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa
o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición
social…: estas, y muchas otras, son situaciones que atentan contra la dignidad
de la persona, frente a las cuales la acción misericordiosa de los cristianos
responde ante todo con la vigilancia y la solidaridad. Cuántas son las
situaciones en las que podemos restituir la dignidad a las personas para que
tengan una vida más humana. Pensemos solamente en los niños y niñas que sufren
violencias de todo tipo, violencias que les roban la alegría de la vida. Sus
rostros tristes y desorientados están impresos en mi mente; piden que les
ayudemos a liberarse de las esclavitudes del mundo contemporáneo”. “El carácter social de la misericordia obliga a no
quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que
los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo
nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y
desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras
bonitas”.
“Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia,
basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que
ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el
sufrimiento de los hermanos. Las
obras de misericordia son «artesanales»: ninguna de ellas es igual a otra;
nuestras manos las pueden modelar de mil modos, y aunque sea único el Dios que
las inspira y única la «materia» de la que están hechas, es decir la
misericordia misma, cada una adquiere una forma diversa”. “La Palabra del Señor
la llama a salir siempre de la indiferencia y del individualismo, en el que se
corre el riesgo de caer para llevar una existencia cómoda y sin problemas”.
“La cultura de la misericordia se va plasmando con la oración
asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad
con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres. Es una
invitación apremiante a tener claro dónde tenemos que comprometernos
necesariamente”. “No guardemos sólo para nosotros cuanto hemos recibido;
sepamos compartirlo con los hermanos que sufren. Que nuestras comunidades se
abran hasta alcanzar a todos los que viven en su territorio”.
“Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno,
para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de
su ternura. Es el tiempo de la
misericordia, para que los
débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de
hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la
mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto
lo que es fundamental en la vida. Es
el tiempo de la misericordia, para
que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que
acoge y abraza siempre”.
“Se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del
Tiempo Ordinario, la Jornada
mundial de los pobres. Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a
cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y
sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa, no
podrá haber justicia ni paz social”.
“La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su
manto”.
20 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del
Universo, del Año del Señor 2016
Francisco
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