Texto completo de la Encíclica "Laudato
si"
Síntesis de Encíclica: «Alabado seas, mi Señor» del Papa Francisco
Entre los pobres más
abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra. Nada de este mundo nos resulta indiferente. Frente
al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este
planeta. En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos
acerca de nuestra casa común.
Si nos acercamos a la
naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya
no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación
con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del
mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses
inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe,
la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo.
Mi
llamado: Unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. Una invitación
urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro
del planeta. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Todos podemos
colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno
desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades. Nos ayude
a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos
presenta.
Ejes que atraviesan
toda la encíclica. Por ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la
fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado,
la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la
tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el
progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología,
la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la
política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un
nuevo estilo de vida.
CAP. 1° LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA. Intensificación
de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Contaminación,
basura y cultura del descarte. Existen formas de contaminación que afectan
cotidianamente a las personas. También
la contaminación producida por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos
presentes en distintos ambientes. Estos problemas están íntimamente ligados a
la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a
las cosas que rápidamente se convierten en basura.
El clima es un bien
común, de todos y para todos. Nos encontramos ante un preocupante calentamiento
del sistema climático. A su vez, el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo
del carbono. Si la actual tendencia continúa, este siglo podría ser testigo de
cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los
ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros. El cambio climático
es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas,
distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales
para la humanidad. Se ha vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas
para que en los próximos años la emisión de anhídrido carbónico y de otros
gases altamente contaminantes sea reducida drásticamente, por ejemplo,
reemplazando la utilización de combustibles fósiles y desarrollando fuentes de
energía renovable.
La cuestión del agua. El
agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es
indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y
acuáticos. Un problema particularmente serio es el de la calidad del agua
disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Las
aguas subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la contaminación que
producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales. Mientras se
deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares
avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía
que se regula por las leyes del mercado. Esto muestra que el problema del agua
es en parte una cuestión educativa y cultural, porque no hay conciencia de la
gravedad de estas conductas en un contexto de gran inequidad. Una mayor escasez
de agua provocará el aumento del costo de los alimentos y de distintos
productos que dependen de su uso.
Pérdida de biodiversidad. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y
animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver,
perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen
que ver con alguna acción humana. Suele crearse un círculo vicioso donde la
intervención del ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava
más la situación. Parece que pretendiéramos sustituir una belleza
irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros. Podemos ser
testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes
beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los
altísimos costos de la degradación ambiental. Los ecosistemas de las selvas
tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible
de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas
para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies,
cuando no se convierten en áridos desiertos. Los océanos no sólo contienen la
mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor parte de la vasta
variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos para nosotros
y amenazados por diversas causas. Esto nos ayuda a darnos cuenta de que
cualquier acción sobre la naturaleza puede tener consecuencias que no
advertimos a simple vista, y que ciertas formas de explotación de recursos se
hacen a costa de una degradación que finalmente llega hasta el fondo de
los océanos.
Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento
desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir,
debido no solamente a la contaminación originada por las emisiones tóxicas,
sino también al caos urbano, a los problemas del transporte y a la
contaminación visual y acústica. Entre los componentes sociales del cambio
global se incluyen los efectos laborales de algunas innovaciones tecnológicas,
la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía
y de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y
el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el
consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad.
La verdadera sabiduría,
producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las
personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina
saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Al mismo
tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos
los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet.
Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la
angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su
experiencia personal.
Inequidad planetaria. El
ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos
afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a
causas que tienen que ver con la degradación humana y social. Hoy no podemos
dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte
siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la
tierra como el clamor de los pobres.
Algunos atinan sólo a
proponer una reducción de la natalidad. Culpar al aumento de la población y no
al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los
problemas. Se pretende legitimar así el modelo distributivo actual, donde una
minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería
imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los
residuos de semejante consumo. Hay una verdadera «deuda ecológica», particularmente
entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con
consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de
los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países.
La deuda externa de los
países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo
mismo con la deuda ecológica. Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos
una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que
nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la
globalización de la indiferencia.
La debilidad de las reacciones. El gemido de la hermana tierra, que se une al
gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. No
disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace
falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las
necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a
las generaciones futuras.
El sometimiento de la
política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las
Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay más sensibilidad ecológica en las
poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo,
que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Pero el poder conectado
con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños
políticos no suelen tener amplitud de miras. Al mismo tiempo, crece una
ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una
alegre irresponsabilidad.
Se han desarrollado
diversas visiones y líneas de pensamiento acerca de la situación y de las
posibles soluciones. En un extremo, algunos sostienen a toda costa el mito del
progreso y afirman que los problemas ecológicos se resolverán simplemente con
nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo.
En el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con cualquiera de sus
intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al ecosistema mundial,
por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta e impedirle todo tipo
de intervención. Parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a causa de
la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto
en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso
financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni
explicarse de forma aislada.
CAP. 2° EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
La ciencia y la
religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en
un diálogo intenso y productivo para ambas. La luz que ofrece la fe. Fuimos concebidos en el corazón de Dios,
y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno
de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario». No somos
Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Hoy debemos rechazar con fuerza
que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la
tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Dios niega
toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a
perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en
mi tierra» (Lv 25,23). El descuido en el empeño de cultivar y
mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del
cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los
demás, con Dios y con la tierra. «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor
Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si
pudo crear el universo de la nada, puede también intervenir en este mundo y
vencer cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
La mejor manera de
poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un
dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre
creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá
siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses. La creación
es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo
creado. Cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en
el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor
y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño. La acción
de la Iglesia no sólo intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino
que al mismo tiempo «debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción
de sí mismo».
Consideramos al ser
humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría de objeto. Pero
también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser
considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana. El
fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto
con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios. Cada
criatura tiene una función y ninguna es superflua. Quien ha crecido entre los
montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en
una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a
recuperar su propia identidad.
Esto no significa
igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que
implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una
divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a
proteger su fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos
desequilibrios por escapar de la realidad que nos interpela.
Es evidente la
incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de
extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas,
se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le
desagrada. Todo está conectado. Por eso se requiere una preocupación por el
ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante
compromiso ante los problemas de la sociedad.
Hoy creyentes y no
creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia
común, cuyos frutos deben beneficiar a todos.
CAP. 3° RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA. En
esta reflexión propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático
dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en el mundo. Nunca la
humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a
utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo. ¿En
manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente
riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad.
Cada época tiende a
desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. En ese sentido,
está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin
tener los elementos para controlarlo.
Globalización del paradigma tecnocrático. En el origen de muchas dificultades del mundo
actual, está ante todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la
metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión
que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad.
No puede pensarse que
sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como de
un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan
dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía
es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir
un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes
de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador.
El paradigma
tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la
política. En algunos círculos se sostiene que la economía actual y la
tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se
afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del hambre y la miseria
en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una
cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino
de su instalación en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes no lo
afirman con palabras lo sostienen con los hechos.
La vida pasa a ser un
abandonarse a las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como
el principal recurso para interpretar la existencia.
La cultura ecológica no
se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas
que van apareciendo. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una
política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que
conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. Es posible
volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la
técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano,
más humano, más social, más integral.
Lo que está ocurriendo
nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. Nadie
pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar
la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos
y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados
por un desenfreno megalómano.
El antropocentrismo
moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón técnica sobre la
realidad.
Cuando no se reconoce
en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona
con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán
los gritos de la misma naturaleza.
Pero no se puede
prescindir de la humanidad. No habrá una nueva relación con la naturaleza sin
un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología. No se puede proponer una relación con el
ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un
individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante
encierro en la inmanencia.
Dado que todo está
relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto.
¿Qué límites pueden
tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico,
el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de
extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de
órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación,
o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma
lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo por el deseo
desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita.
Necesidad
de preservar el trabajo
Si intentamos pensar
cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo rodea,
emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si hablamos
sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el
sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad.
El trabajo debería ser
el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas
dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo
de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una
actitud de adoración. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. Dejar
de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal
negocio para la sociedad. Para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso
promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad
empresarial. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las
condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente
a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso
contradictorio que deshonra a la política.
Si bien no hay
comprobación contundente acerca del daño que podrían causar los cereales transgénicos
a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha provocado un
crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades
importantes que no deben ser relativizadas. Hace falta una atención constante,
que lleve a considerar todos los aspectos éticos implicados. Es preciso contar
con espacios de discusión donde todos aquellos que de algún modo se pudieran
ver directa o indirectamente afectados (agricultores, consumidores,
autoridades, científicos, semilleras, poblaciones vecinas a los campos
fumigados y otros) puedan exponer sus problemáticas o acceder a información
amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al bien común presente y
futuro. Cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos, termina
considerando legítima cualquier práctica. Como vimos en este capítulo, la
técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
CAP. 4° UNA ECOLOGÍA INTEGRAL que incorpore
claramente las dimensiones humanas y sociales. Ecología ambiental, económica y social, exige sentarse a pensar y
a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una
sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo,
producción y consumo.
Cuando se habla de
«medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre
la naturaleza y la sociedad que la habita. No hay dos crisis separadas, una
ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental.
El crecimiento
económico tiende a producir automatismos y a homogeneizar, en orden a
simplificar procedimientos y a reducir costos. Al mismo tiempo se vuelve actual
la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos
saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e integradora.
Si todo está
relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene
consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana. La ecología social
es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas
dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la
comunidad local y la nación, hasta la vida internacional.
Ecología cultural. No se
trata de destruir y de crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas,
donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace falta incorporar la historia,
la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original.
La visión consumista
del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada,
tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural,
que es un tesoro de la humanidad. La desaparición de una cultura puede ser
tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La
imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede
ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas.
Ecología de la vida cotidiana.
Para los habitantes de
barrios muy precarios, el paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social
que se vive en las grandes ciudades puede provocar una sensación de desarraigo
que favorece las conductas antisociales y la violencia. Sin embargo, quiero
insistir en que el amor puede más. Es una cuestión central de la ecología
humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas
precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y
expulsar. La creatividad debería llevar a integrar los barrios precarios en una
ciudad acogedora: «¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza
enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo
factor de desarrollo!
Aprender a recibir el
propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una
verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su
femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el
encuentro con el diferente.
La ecología humana es
inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central
y unificador en la ética social. El bien común requiere la paz social, es
decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una
atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera
violencia.
Justicia entre las generaciones. La noción de bien común incorpora también a las
generaciones futuras. Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una
solidaridad intergeneracional. Es un drama para nosotros mismos, porque esto
pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra. A las próximas generaciones
podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad.
CAP. 5° ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN. Grandes
caminos de diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en
la que nos estamos sumergiendo.
- Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional. La interdependencia nos obliga a pensar
en un solo mundo, en un proyecto común. Se puede decir que, mientras la
humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más
irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del
siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves
responsabilidades.
Las negociaciones
internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los
países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global.
La estrategia de
compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva forma de
especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases
contaminantes.
Urgen acuerdos
internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias locales
para intervenir de modo eficaz.
En definitiva,
necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama de
los llamados «bienes comunes globales».
- Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
El drama del
inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca
la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses
electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población
con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo
inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la
integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los
gobiernos. Si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional
y municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales.
Se pueden facilitar
formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan los intereses
de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la
depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
Es indispensable la
continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relacionadas con el
cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno.
- Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
La previsión del
impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere procesos
políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que esconde
el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar
a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
En toda discusión
acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas deberían plantearse en
orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué?
¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los
riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará? En este examen
hay cuestiones que deben tener prioridad.
La política no debe
someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al
paradigma eficientista de la tecnocracia.
La burbuja financiera
también suele ser una burbuja productiva. En definitiva, lo que no se afronta
con energía es el problema de la economía real, la que hace posible que se
diversifique y mejore la producción, que las empresas funcionen adecuadamente,
que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
Algunos reaccionan
acusando a los demás de pretender detener irracionalmente el progreso y el
desarrollo humano. Pero tenemos que convencernos de que desacelerar un
determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de
progreso y desarrollo. Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más
creativo y mejor orientado podría corregir el hecho de que haya una inversión
tecnológica excesiva para el consumo y poca para resolver problemas pendientes
de la humanidad.
Sabemos que es
insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más,
mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por
eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del
mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes.
No basta conciliar, en
un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la
preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son
sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el
progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y
una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso.
¿Qué ocurre con la
política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga libertad para
el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo
tiempo exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder. Si
la política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda
subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes
problemas de la humanidad.
Las religiones en el diálogo con las ciencias.
Habrá que interpelar a
los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus
acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a
beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y
la paz. La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y
esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas
orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la
construcción de redes de respeto y de fraternidad.
CAP. 6° EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
Hace falta la
conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro
compartido por todos. Un gran desafío cultural, espiritual y educativo que
supondrá largos procesos de regeneración.
Apostar por otro estilo de vida. Tenemos demasiados medios para unos escasos y
raquíticos fines. Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan
en su propia conciencia, acrecientan su voracidad. La obsesión por un estilo de
vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo
podrá provocar violencia y destrucción recíproca. No todo está perdido, porque
los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden
sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los
condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Un cambio en los estilos
de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder
político, económico y social.
La Carta de la Tierra
nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de autodestrucción y a comenzar de
nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una conciencia universal que lo haga
posible. Educación para la alianza
entre la humanidad y el ambiente. Estamos ante un desafío educativo. La
educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio,
desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Llamada a crear
una «ciudadanía ecológica». El hecho de
reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas
motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
A la política y a las diversas
asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la población.
También a la Iglesia. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán
estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser
humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza.
Conversión ecológica. Si
«los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido
los desiertos interiores» la crisis ecológica es un llamado a una profunda
conversión interior. A problemas sociales se responde con redes comunitarias,
no con la mera suma de bienes individuales. La conversión ecológica que se
requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión
comunitaria. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde
dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los
seres. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en
él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar.
Es importante incorporar
una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en
la Biblia. Se trata de la convicción de que « menos es más ». La sobriedad que
se vive con libertad y conciencia es liberadora. La felicidad requiere saber
limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las
múltiples posibilidades que ofrece la vida. La sobriedad y la humildad no han
gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero cuando se debilita
de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la vida personal y
social, ello termina provocando múltiples desequilibrios, también ambientales.
Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está
en paz consigo mismo.
Amor civil y político. Hace
falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y
honestos. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos
donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. El
amor es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que
procuran construir un mundo mejor. La Iglesia propuso al mundo el ideal de una
«civilización del amor». El amor social es la clave de un auténtico desarrollo.
Pensar en grandes estrategias que
detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura
del cuidado que impregne toda la sociedad.
El Señor, en el colmo
del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un
pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro
propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. La Eucaristía une el cielo y la
tierra, abraza y penetra todo lo creado.
El Padre es la fuente
última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo,
que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra
cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está
íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos
caminos. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la
solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.
María, la madre que
cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Por
eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios.
Al final nos encontraremos
cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12)
y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará
con nosotros de la plenitud sin fin. Dios, que nos convoca a la entrega
generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para
salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida
que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido
definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar
nuevos caminos. Alabado sea.
Propongo dos oraciones,
una que podamos compartir todos los que creemos en un Dios creador omnipotente
- Oración por nuestra tierra- y otra para que los cristianos sepamos
asumir los compromisos con la creación que nos plantea el Evangelio de Jesús -Oración
cristiana con la creación-.
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