"Algunas personas
dicen: ‘Ah, yo me confieso con Dios'. Eso es fácil, es como confesarse por
correo electrónico, ¿no? Dios está ahí lejos, digo las cosas y no hay un ‘cara
a cara’, no se da un ‘cuatro ojos’. Pablo confiesa su debilidad a los hermanos
cara a cara. Otros dicen: "No, yo sí voy a confesarme", pero se
confiesan cosas tan etéreas, tan en el aire, que no tienen ninguna sustancia. Y
eso es lo mismo que no hacerlo”.
“Confesar nuestros
pecados no es ir a una sesión de psiquiatría, ni tampoco ir a una sala de
tortura, sino que es decirle al Señor: ‘Señor, soy un pecador’, pero decirlo a
través del hermano, para que decirlo, sea también concreto. Y yo soy un pecador
por esto, por esto y por esto".
Concretizar, honestidad
y también una habilidad sincera de avergonzarse de sus propios errores: no hay
sendas a la sombra, alternativas al camino que conduce al perdón de Dios para
sentir en lo más profundo de mi corazón su perdón y su amor.
Imitar a los niños: "Los
más pequeños tienen esa sabiduría: cuando un niño viene a confesarse, nunca
dice una cosa general. ‘Padre, hice esto e hice aquello a mi tía, a aquel le
dije tal palabra’ y dicen la palabra. Pero son concretos, ¿no? Tienen la
sencillez de la verdad. Y nosotros siempre tenemos la tendencia a ocultar la
realidad de nuestras miserias. Pero hay una cosa hermosa: cuando confesamos
nuestros pecados en la presencia de Dios, siempre sentimos la gracia de la
vergüenza. Avergonzarse ante Dios es una gracia. Es una gracia: "Yo me
avergüenzo". Pensemos en Pedro, después del milagro de Jesús en el lago:
'Señor: aléjate de mí, que soy un pecador’. Tenía vergüenza de su pecado ante
la santidad de Jesucristo". 25 de octubre. Radio Vaticana
No hay comentarios:
Publicar un comentario