Entrevista –completa- de Eugenio Scalfari, director del diario
La Repubblica de Italia, al Papa Francisco.
La Repubblica de Italia, al Papa Francisco.
Publicada el 1 de octubre de 2013.
Me dice el Papa Francisco: “los males
más graves que afligen al mundo en estos años son la desocupación de los
jóvenes y la soledad en la que son abandonados los viejos. Los viejos necesitan
cura y compañía, los jóvenes necesitan trabajo y esperanza, pero no tienen ni
lo uno ni lo otro, y el problema está en que ya no buscan ambos. El presente
los ha aplastado. Dígame: ¿se puede vivir aplastados en el presente? ¿Sin
memoria del pasado y sin el deseo de proyectarse al futuro construyendo un
proyecto, un porvenir, una familia? ¿Es posible seguir así? Este, según yo, es
el problema más urgente que la Iglesia tiene ante sí”.
Santidad, le digo, es un problema
sobre todo político y económico, que tiene que ver con los estados, los
gobiernos, los partidos, las asociaciones sindicales.
“Cierto, usted tiene razón, pero tiene
que ver también con la Iglesia, sobre todo la Iglesia porque esta situación no
hiere solo los cuerpos sino también las almas. La Iglesia debe sentirse
responsable de las almas y de los cuerpos”.
Santidad, usted dice que la Iglesia
debe sentirse responsable. ¿Debo deducir que la Iglesia no es consciente y que
la exhorta a seguir en ese camino?
“En general esta conciencia existe,
pero no basta. Me gustaría que fuese más amplia. No es el único problema que
tenemos por delante pero es el más urgente y el más dramático".
El encuentro con el Papa Francisco se
dio el martes (24 de septiembre de 2013) en la Casa Santa Marta, en una pequeña
habitación vacía, en la que solo había una mesa y cinco o seis sillas y un
cuadro en la pared. A este encuentro le precedió una llamada telefónica que
nunca olvidaré mientras viva. Eran las dos y media de la tarde. Sonó mi
teléfono y se oyó la voz nerviosa de mi secretaria que me dijo:
"Tengo al Papa en línea, se lo
transfiero inmediatamente". Me quedé atónito, mientras la voz de Su
Santidad se oía al otro lado de la línea telefónica:
- Buenos días, soy el Papa Francisco.
- Buenos días, Santidad -digo yo
después-. Estoy emocionado, no esperaba que me llamara.
- ¿Por qué emocionado? Usted me escribió
una carta pidiendo conocerme en persona. Yo tenía el mismo deseo y por tanto le
llamo para fijar una cita. Veamos mi agenda: el miércoles no puedo, el lunes
tampoco ¿estaría bien el martes?
Respondí: - ¡Perfecto!
- El horario es un poco incómodo, ¿a
las 15 (3:00 p.m.) le va bien? Si no, cambiamos el día.
- Santidad, a esa hora me va
estupendo.
- Entonces estamos de acuerdo, el
martes 24 a las 15 en Santa Marta. Tiene que entrar por la puerta del Santo
Oficio.
No sé como terminar la conversación,
me dejo llevar y le digo:
- ¿Lo puedo abrazar por teléfono?
- Claro, lo abrazo también yo. Ya lo haremos en
persona. Hasta luego.
Ya estoy aquí. El Papa entra y me da la mano,
nos sentamos. El Papa sonríe y me dice:
- Alguno de mis colaboradores que lo conoce me
ha dicho que tratará usted de convertirme.
- Es un chiste -le respondo.
- También mis amigos piensan que usted querrá
convertirme.
Sonríe nuevamente y contesta:
- El
proselitismo es una solemne necedad, no tiene sentido. Es necesario conocerse,
escucharse y hacer que el conocimiento del mundo que nos rodea crezca. A mí me
pasa que después de un encuentro quiero tener otro porque nacen nuevas ideas y
se descubre nuevas necesidades. Esto es importante, conocerse, escuchar,
ampliar el marco de los pensamientos. El mundo está lleno de caminos que se acercan
y alejan, pero lo importante es que lleven hacia el "Bien".
- Santidad, ¿existe una visión única del Bien?
¿Quién la establece?
- Cada uno de nosotros tiene una visión del Bien
y del Mal. Nosotros debemos animar a dirigirse a lo que uno piensa que es el
Bien.
-
Usted, Santidad, ya lo escribió
en la carta que me envió. La conciencia es autónoma, dijo, y cada uno debe
obedecer a la propia conciencia. Creo que esta es una de las frases más
valientes dichas por un Papa
- Y lo repito. Cada uno tiene su propia idea del
Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como lo concibe.
Bastaría eso para cambiar el mundo.
-
¿La Iglesia lo está haciendo?
- Sí, nuestras misiones tienen ese objetivo:
individualizar las necesidades materiales e inmateriales de las personas y
tratar de satisfacerlas como podamos. ¿Sabe usted lo que es el ágape?
- Sí, lo sé.
- Es el amor por los otros, como
nuestro Señor predicó. No es proselitismo, es amor. Amor al prójimo, levadura
que sirve al bien común".
- Ama al
prójimo como a ti mismo.
- Es
exactamente eso.
- Jesús
en su predicación dice que el ágape, el amor a los demás, es el único modo de
amar a Dios.
Corríjame si me equivoco.
“No, no se equivoca. El Hijo de Dios
se ha encarnado para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de la
fraternidad. Todos hermanos y todos hijos de Dios. Abbá, como Él llamaba a su Padre.
Yo marco el camino, decía. Al seguirme siguen al Padre y serán todos sus hijos
y Él se complacerá en vosotros. El ágape, el amor de cada uno de nosotros hacia
los otros, desde el más cercano hasta el más lejano, es el modo que Jesús nos
ha indicado para encontrar el camino de la salvación y de las Bienaventuranzas.
Sin embargo, la exhortación de Jesús,
la recordamos antes, es que el amor por el prójimo sea igual al que sentimos
por nosotros mismos. Por tanto lo que muchos llaman narcisismo se reconoce como
válido, positivo, en la misma medida del otro. Hemos discutido mucho sobre este
aspecto.
“A mí –me dijo el Papa– la palabra
narcisismo no me gusta, indica un amor desmedido hacia uno mismo y esto no está
bien, puede generar daños graves no solo en el alma de quien lo sufre sino también
en la relación con los otros, con la sociedad en la que vive. El principal
problema es que los más golpeados por esto que en realidad es una especie de
desorden mental son personas que tienen mucho poder. Con frecuencia los jefes
son narcisistas".
- También muchos jefes de la Iglesia.
"¿Sabe qué pienso sobre este
punto? Los jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, vanidosos y equívocamente
estimulados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado".
- La lepra del papado, ha dicho
exactamente esto. ¿Pero qué corte? ¿Se refiere a la curia? Pregunto.
- No, en la curia puede haber cortesanos, pero
en su concepción es otra cosa. Es lo que en los ejércitos se llama intendencia,
gestiona los servicios que sirven a la Santa Sede. En su complejidad es algo
distinto. Es la que a efectos gestiona los servicios que sirven a la Santa
Sede. Pero tiene un defecto: es Vaticano-céntrica. Ve y cuida de los intereses
del Vaticano, que siguen siendo, en gran parte, intereses temporales. Esta
visión centrada en el Vaticano descuida el mundo que nos rodea. Yo no comparto
este punto de vista y haré lo que pueda para cambiarlo".
"La Iglesia es o debe volver a
ser la comunidad del pueblo de Dios y los presbíteros, los sacerdotes, los obispos
preocupados por las almas, al servicio del pueblo de Dios. La Iglesia es esto,
una palabra no sorprendentemente diferente de la Santa Sede que tiene su propio
papel importante, pero que debe estar al servicio de la Iglesia".
"Yo no habría podido tener la
plena fe en Dios y en Su Hijo si no me hubiera formado en la Iglesia y tuve
suerte de encontrarme, en Argentina, en una comunidad sin la cual yo no habría
tomado conciencia de mí mismo y de mi fe".
- ¿Usted sintió su vocación desde joven?
- No, no muy joven. Tendría que haber tenido
otra ocupación según mi familia, trabajar, ganar algún dinero. Fui a la
universidad. Tuve una profesora de la que aprendí el respeto y la amistad, era
una comunista ferviente. A menudo me leía o me daba a leer textos del Partido
Comunista. Así conocí también esa concepción tan materialista. Recuerdo que me
dio el comunicado de los comunistas americanos en defensa de los Rosenberg que
fueron condenados a muerte. La mujer de la que le hablo fue después arrestada,
torturada y asesinada por el régimen dictatorial que entonces gobernaba en Argentina.
- ¿El comunismo lo sedujo?
- Su materialismo no tuvo ninguna influencia
sobre mí. Pero conocerlo, a través de una persona valiente y honesta me fue
útil, entendí algunas cosas, un aspecto de lo social, que después encontré en la
Doctrina Social de la Iglesia.
- La teología de la liberación, que el
Papa Wojtyla excomulgó, estaba bastante presente en América Latina.
- Sí, muchos de sus representantes eran
argentinos.
- ¿Usted piensa que fue justo que el Papa la
combatiese?
- Ciertamente daban un seguimiento político a su
teología, pero muchos de ellos eran creyentes y con un alto concepto de
humanidad.
- Santidad, ¿me permite contarle algo
sobre mi formación cultural? Fui educado por una madre muy católica. Con 12
años gané un concurso de catecismo entre todas las parroquias de Roma y recibí
un premio del Vicariato, comulgaba el primer viernes de cada mes, en fin,
practicaba la liturgia y creía. Pero todo cambió cuando entré en el liceo. Leí,
entre otros textos de filosofía que estudiábamos, el "Discurso del
Método" de Descartes y me afectó mucho la frase que hoy se ha convertido
en un icono: "Pienso, luego existo", el yo se convirtió en la base de
la existencia humana, la sede autónoma del pensamiento.
- Descartes, sin embargo, nunca renegó de la fe
en el Dios trascendente.
- Es verdad, pero puso la base de una visión
totalmente distinta, y a mí me encaminó a otro camino que, corroborado por
otras lecturas, me llevó al otro lado. - Usted, por lo que he entendido, no es
creyente pero no es anticlerical. Son dos cosas muy distintas.
- Es verdad, no soy anticlerical. Pero me
convierto en eso cuando me encuentro con un clerical.
Sonríe y me dice:
- Me pasa a mí también, cuando tengo
frente a mí a un clerical, me convierto en anticlerical de repente. El
clericalismo no tiene nada que ver con el cristianismo. San Pablo fue el
primero en hablar a los Gentiles, a los paganos, a los creyentes de otras
religiones, fue el primero que nos lo enseñó.
-
¿Puedo preguntarle, Santidad, cuáles son los santos que usted siente más
cercanos a su alma y sobre los que se formó su experiencia religiosa?
- “San Pablo fue el que puso los
puntos cardinales de nuestra religión y de nuestro credo. No se puede ser un
cristiano consciente sin San Pablo. Tradujo la predicación de Cristo a una
estructura doctrinaria que con las actualizaciones de una inmensa cantidad de
pensadores, teólogos, pastores de almas, resistió y resiste después de dos mil
años. Después Agustín, Benito, Tomás e Ignacio. Y naturalmente Francisco. ¿Debo
explicarle el porqué?”
Francisco -me permito llamar al Papa
así porque es él mismo el que te lo sugiere por como habla, como sonríe, por
sus exclamaciones de sorpresa o de afirmación- me mira como para animarme a
plantearle las preguntas más escabrosas o más embarazosas relacionadas con la
Iglesia. Así que le pregunto.
- De Pablo me ha explicado la importancia del
papel que desarrolló, pero quisiera saber entre los que ha nombrado a quien
siente más cercano a su alma.
- Me pide una clasificación, pero las
clasificaciones se pueden hacer si se habla de deportes o de cosas parecidas.
Podría decirle el nombre de los mejores futbolistas de Argentina. Pero los
santos...
- Se dice que se "bromea con los
bribones" ¿Conoce el dicho?
- Exacto. Sin embargo, no quiero evitar la
pregunta porque usted no me ha pedido una lista sobre la importancia cultural o
religiosa sino quién está más cerca de mi alma. Le contesto: Agustín y Francisco.
- ¿No Ignacio, de cuya orden proviene?
- Ignacio, por comprensibles razones,
es el que conozco mejor que los demás. Fundó nuestra orden. Le recuerdo que de
esa orden venía también Carlo María Martini, muy querido para usted y para mí.
Los jesuitas fueron, y siguen siendo todavía, la levadura -no la única pero
quizás la más eficaz- de la catolicidad: cultura, enseñanza, testimonio
misionero, fidelidad al Pontífice. Pero Ignacio que fundó la Compañía era
también un reformador y un místico. Sobre todo místico.
- ¿Piensa que los místicos son importantes en la
Iglesia?
- Han sido fundamentales. Una religión sin
místicos es una filosofía.
- ¿Usted tiene una vocación mística?
- ¿A usted qué le parece?
- Me parece que no.
- Probablemente tenga razón. Adoro a los
místicos; también Francisco por muchos aspectos de su vida lo fue, pero no creo
tener esa vocación, y después es necesario comprender bien el significado
profundo de la palabra. El místico consigue despojarse del hacer, de los
hechos, de los objetivos y hasta de la pastoralidad misionera y se alza para
alcanzar la comunión con las bienaventuranzas. Breves momentos pero que llenan
toda la vida.
- ¿A usted le ha sucedido alguna vez?
- Raramente. Por ejemplo, cuando el
cónclave me eligió Papa. Antes de la aceptación pedí poder retirarme por unos
minutos en la habitación contigua a la del balcón que da a la plaza. Mi cabeza
estaba completamente vacía y una gran ansiedad me invadió. Para relajarme cerré
los ojos y todos mis pensamientos desaparecieron, también el de negarme a
aceptar el cargo, tal y como consiente el procedimiento litúrgico. Cerré los
ojos y no vi más ansiedad o emotividad. Llegado a cierto punto, una gran luz me
invadió, duró un momento pero a mí me pareció larguísimo. Después la luz se
disipó, me alcé de una y me dirigí a la habitación donde me esperaban todos los
cardenales y la mesa sobre la que se encontraba el acta de aceptación. La
firmé, el Cardenal Camarlengo lo firmó y después, sobre el balcón anunciaron el
‘¡Habemus Papam!
Permanecemos un poco en silencio,
después dije:
- Hablábamos de los santos que usted
siente como más cercanos a su alma y nos quedamos en Agustín. ¿Quiere decirme
por qué lo siente cercano?
- También mi predecesor tiene a
Agustín como punto de referencia. Ese santo pasó por muchas cosas en su vida y
cambió muchas veces su posición doctrinal. Tuvo también palabras fuertes contra
los judíos, que nunca compartí. Escribió muchos libros y el que me parece más
revelador de su intimidad intelectual y espiritual son las
"Confesiones"; contienen algunas manifestaciones de misticismo pero
no es, como opinan muchos, el continuador de Pablo. Incluso, diría que vio la
fe y la Iglesia de una forma profundamente distinta a la de Pablo, quizás
porque pasaron cuatro siglos entre uno y otro.
-
¿Cuál es la diferencia, Santidad?
- Para mí dos aspectos fundamentales. Agustín se
siente impotente frente a la inmensidad de Dios y a los deberes que un cristiano
y un obispo deben afrontar. Sin embargo él no lo fue en absoluto, pero su alma
se sentía siempre por debajo de todo lo que habría querido y debido. Es la
gracia dispensada por el Señor como elemento fundamental de la fe. De la vida.
Del sentido de la vida. Quien no es tocado por la gracia puede ser una persona
sin mancha y sin miedo, como se dice, pero no será nunca como una persona a la
que la gracia ha tocado. Esta es la intuición de Agustín.
-
¿Usted se siente tocado por la gracia?
- Esto no puede saberlo nadie. La gracia no
forma parte de la conciencia, es la cantidad de luz que tenemos en el alma, no
la de sabiduría o de razón. También usted, sin su conocimiento, puede ser tocado
por la gracia.
-
¿Sin fe? ¿Sin creer?
- La gracia está relacionada con el alma.
- Yo no creo en el alma.
- No cree, pero la tiene.
- Santidad, se ha dicho que usted no tiene
intención de convertirme y creo que no lo conseguiría.
- Esto no se sabe, pero no tengo ninguna
intención.
- ¿Y Francisco?
- Es grandísimo porque es todo. Un hombre que
quiere hacer, quiere construir, funda una orden y sus reglas, es itinerante
misionero, es poeta y profeta, es místico, se dio cuenta de su propio mal y
salió de él, ama la naturaleza, los animales, la brizna de hierba del prado y
los pájaros que vuelan en el cielo, pero sobre todo, ama a las personas, a los
niños, a los viejos, a las mujeres. Es el ejemplo más luminoso del ágape del
que hablamos antes.
- Tiene razón, Santidad, la descripción es
perfecta. ¿Pero por qué ninguno de sus predecesores eligió su nombre? Y yo creo
que, después de usted, ningún otro lo hará.
- Esto no lo sabemos, no hagamos hipótesis sobre
el futuro. Es verdad, nadie antes que yo lo eligió.
Aquí afrontamos el problema de los
problemas. ¿Quiere beber algo?
- Gracias, quizás un vaso de agua.
Se levanta, abre la puerta y le pide a
un colaborador que está en la entrada que le traiga dos vasos de agua. Me pide
si prefiero un café, respondo que no. Llega el agua. Al final de nuestra
conversación mi vaso está vacío pero el suyo continúa lleno. Se aclara la
garganta y comienza.
- Francisco quería una orden mendicante y
también itinerante. Misioneros en busca de encontrar, escuchar, dialogar,
ayudar, difundir la fe y el amor. Sobre todo amor. Y quería una Iglesia pobre
que atendiera a los demás, que recibiera ayuda material y la usara para
sostener a los demás. Han pasado 800 años desde entonces y los tiempos han
cambiado mucho pero el ideal de una Iglesia misionera y pobre sigue siendo
válido. Esta es, por lo tanto, la Iglesia que predicaron Jesús y sus
discípulos.
- Ustedes, los cristianos, son una minoría
ahora. Incluso en Italia, que se define como el jardín del Papa, los católicos
practicantes están, según algunos sondeos, entre el 8 y el 15%. Los católicos
que dicen serlo pero que de hecho lo son poco son un 20%. En el mundo existen
mil millones de católicos y con las otras Iglesias cristianas superan los mil
quinientos millones, pero el planeta tiene entre 6.000 y 7.000 millones de
personas. Son muchos ciertamente, especialmente en África y en América Latina,
pero siguen siendo minoría.
- Lo hemos sido siempre pero este no es el tema
que nos ocupa. Personalmente creo que esto de ser una minoría es además, una
fuerza. Debemos ser semilla de vida y de amor, la semilla es una cantidad infinitamente
más pequeña que la cantidad de frutos, flores y árboles que nacen de ella.
Me parece haber dicho antes que
nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de
los deseos, de las desilusiones, de la desesperación, de la esperanza. Debemos
devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos hacia el
futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los
excluidos y predicar la paz.
El Vaticano II, inspirado por el papa
Juan y por Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a
la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura
moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes.
Después de entonces, se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y
la ambición de querer hacerlo.
- También porque -me permito añadir-
la sociedad moderna en todo el planeta atraviesa un momento de crisis profunda
y no solo económica sino social y espiritual. Usted, al comienzo de nuestro encuentro
describió una generación aplastada por el presente. También los no creyentes
sentimos este sufrimiento casi antropológico. Por esto nosotros queremos
dialogar con los creyentes y con los que mejor les representan.
- Yo no sé si soy el que mejor les representa,
pero la Providencia me ha puesto en la guía de la Iglesia y de la diócesis de
Pedro. Haré todo lo posible para cumplir el mandato que se me ha confiado.
- Jesús,
como usted ha recordado, dijo: ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Le parece que
esto se ha hecho realidad?
- Por desgracia no. El egoísmo ha aumentado y el
amor hacia los demás ha disminuido.
- Este es el objetivo que nos une: al menos
igualar estos dos tipos de amor. ¿Su Iglesia está preparada para aceptar este
reto?
- ¿Usted que cree?
- Creo que el amor por el poder temporal es
todavía muy fuerte entre los muros vaticanos y en la estructura institucional
de toda la Iglesia. Creo que la Institución predomina sobre la Iglesia pobre y misionera
que usted quiere.
- Las cosas están así, de hecho, y en este tema
no se hacen milagros. Le recuerdo que también Francisco en su época tuvo que
negociar largamente con la jerarquía romana y con el Papa para que se reconociesen
las reglas de su orden. Al final obtuvo la aprobación pero con profundos
cambios y compromisos".
- ¿Usted deberá seguir el mismo
camino?
- No soy Francisco de Asís, ni tengo
su fuerza y su santidad. Pero soy el Obispo de Roma y el Papa de la
catolicidad. He decidido como primera cosa nombrar a un grupo de ocho
cardenales que constituyan mi consejo. No cortesanos sino personas sabias y
animadas por mis mismos sentimientos. Este es el inicio de esa Iglesia con una
organización no vertical sino horizontal. Cuando el cardenal Martini hablaba
ponía el acento en los Concilios y en los Sínodos, sabía que largo y difícil
fue el camino que hay que recorrer en esa dirección. Con prudencia, pero con
firmeza y tenacidad.
- ¿Y la política?
- ¿Por qué me lo pregunta? Ya le he dicho que la
Iglesia no se ocupará de política.
- Pero hace poco usted hizo un llamamiento a los
católicos a comprometerse civil y políticamente.
- No me dirigí solo a los católicos sino a todos
los hombres de buena voluntad. Dije que la política es la primera de las
actividades civiles y que tiene un propio campo de acción que no es el de la
religión.
“Las instituciones políticas son
laicas por definición y obran en esferas independientes. Esto lo han dicho
todos mis predecesores, al menos desde muchos años hasta ahora, aunque sea con
matices distintos. Creo que los católicos comprometidos en la política tienen
dentro valores de la religión pero también una conciencia madura y una
competencia para llevarlos a cabo. La Iglesia no irá nunca más allá de expresar
y defender sus valores, al menos mientras que yo esté aquí".
- Pero no siempre ha sido así la Iglesia.
- No, casi nunca ha sido así. Muy a menudo, la
Iglesia como institución ha sido dominada por el temporalismo y muchos miembros
y altos exponentes católicos tienen todavía esta forma de pensar.
“Pero ahora, déjeme que le haga una
pregunta: Usted, laico no creyente en Dios, ¿en qué cree? Usted es un escritor
y pensador. Creerá en algo, tendrá algún valor dominante. No me responda con
palabras como honestidad, la búsqueda, la visión del bien común; todos
principios y valores importantes, pero no es esto lo que le pregunto. Le
pregunto qué piensa de la esencia del mundo, del universo. Se preguntará
ciertamente, todos lo hacemos, de dónde venimos, a dónde vamos. Se las plantea
hasta un niño ¿Y usted?”
- Le agradezco esta pregunta, la respuesta es
esta: Creo en el Ser, es decir en el tejido del cual surgen las formas, los
Entes.
- Yo creo en Dios, no en un Dios
católico; no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su
Encarnación. Jesús es mi maestro, mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la
luz y el Creador. Este es mi Ser. ¿le parece que estamos muy lejos?
- Estamos lejos en el pensamiento, pero
similares como personas humanas, animadas por nuestros instintos que se transforman
en pulsiones, sentimientos, voluntad, pensamiento y razón. En esto somos
parecidos.
- Pero lo que ustedes llaman el Ser, ¿lo define
como lo piensa?
- El Ser es un tejido de energía.
Energía caótica pero indestructible y en eterno caos. De esa energía emergen
las formas cuando la energía llega al punto de explosión. Las formas tienen sus
leyes, sus campos magnéticos, sus elementos químicos, que se combinan
casualmente, evolucionan, finalmente se apagan pero su energía no se destruye.
El hombre es probablemente el único animal dotado de pensamiento, al menos en
nuestro planeta y sistema solar. He dicho que está animado por instintos y
deseos pero añado que tiene dentro de sí una resonancia, un eco, una vocación
de caos.
- Bien. No quería que me hiciese un
resumen de su filosofía y me ha dicho bastante. Observo por mi parte que Dios
es luz que ilumina las tinieblas y que aunque no las disuelva hay una chispa de
esa luz divina dentro de nosotros. En la carta que le escribí recuerdo haberle
dicho que aunque nuestra especie termine, no terminará la luz de Dios que en
ese punto invadirá todas las almas y será todo en todos".
Sí, lo recuerdo bien, dijo "toda la luz
será en todas las almas", lo que, si puedo permitirme decir, da más una
imagen de inmanencia que de trascendencia.
- La trascendencia permanece porque esa luz,
toda en todos, trasciende el universo y las especies que en esa fase lo
pueblen.
Pero volvamos al presente. Hemos dado
un paso adelante en nuestro diálogo. Hemos constatado que en la sociedad y en
el mundo en el que vivimos el egoísmo ha aumentado más que el amor por los
demás, y que los hombres de buena voluntad deben actuar, cada uno con su propia
fuerza y competencia, para hacer que el amor por los demás aumente hasta
igualarse e incluso superar el amor por nosotros mismos.
- Por tanto también la política está llamada a
la causa.
- Seguro. Personalmente pienso que el
llamado capitalismo salvaje no hace sino volver más fuertes a los fuertes, más
débiles a los débiles y más excluidos a los excluidos. Hace falta gran
libertad, ninguna discriminación, nada de demagogia y mucho amor. Hacen falta
reglas de comportamiento y también, si fuera necesario, intervenciones directas
del Estado para corregir las desigualdades más intolerables.
- Santidad, usted ciertamente es una
persona de gran fe, tocado por la gracia, animado por la voluntad de relanzar
una Iglesia pastoral, misionera, regenerada y no apegada a los tiempos. Pero según
habla y yo le entiendo, usted es y será un papa revolucionario. Mitad jesuita,
mitad hombre de Francisco, un maridaje que quizás nunca se había visto. Y
después, le gustan "Los Novios" de Manzoni, Holderlin, Leopardi y
sobre todo Dostoyevski, el film "La Strada" y "Prova d´orchestra"
de Fellini, "Roma cittá aperta" de Rossellini y también las películas
de Aldo Fabrizi.
- Esas me gustan porque las veía con mis padres
cuando era un niño.
- Así es. ¿Puedo sugerirle que vea dos
películas estrenadas hace poco? "Viva la libertad" y las películas
sobre Fellini de Ettore Scola. Estoy seguro de que le gustarán. Sobre el poder
le digo: ¿sabe que a los veinte años hice un mes y medio de ejercicios
espirituales con los jesuitas? Estaban los nazis en Roma y yo había desertado
del reclutamiento militar. Podríamos ser castigados con la pena de muerte. Los
jesuitas nos acogieron con la condición de que hiciéramos los ejercicios espirituales
durante todo el tiempo que estuvimos escondidos en su casa, y así fue.
- Pero es imposible resistir un mes y
medio de ejercicios espirituales -dice él estupefacto y divertido. -
Lo contaré la próxima vez. Nos
abrazamos. Subimos la breve escalera que nos separa del portón. Pido al Papa
que no me acompañe pero él lo rechaza con un gesto. "Hablaremos también
del papel de las mujeres en la Iglesia. Le recuerdo que la Iglesia es
femenina".
- Y hablaremos si usted quiere también
de Pascal. Me gustaría saber qué piensa usted de esta gran alma.
- Lleve a todos sus familiares mi bendición
y pídales que recen por mí. Piense en mí, piense a menudo en mí.
Nos estrechamos la mano y él se queda
quieto con los dos dedos en alto en signo de bendición. Yo lo saludo desde la
ventanilla.
Este es el Papa Francisco. Si la
Iglesia se vuelve como él la piensa y la quiere habrá cambiado una época.
FIN DE LA ENTREVISTA
No hay comentarios:
Publicar un comentario